domingo, 26 de marzo de 2017

+ klor


El calor de este año, peor que el año pasado. Calor de caño de escape. La tensión de la ciudad parece un globo pero no es: se infla constantemente y no explota. Subirse al subte y ser una sardina enlatada al vacío. Un bondi dejando una nube del humo más negro. Una, dos, tres puteadas por cambio de semáforo. El calor del asfalto subiendo cómo el de una parrilla. Todos nos asamos lentamente excepto algunos que ríen. Algunos siempre ríen, sentados en un sofá de tela caliente y espesa pero en un salón con aire acondicionado, porque el lujo significa gastar al pedo. Porque se puede loco qué tantas vueltas. El horizonte hecho de autos en una avenida sin fin y sin avanzar. El estancamiento del todo. No queda otra que el simulacro de sacar la cabeza por la ventana cómo para ver que onda y echar el brazo para atrás, que lo vean todos, que sepan que nos cagaron a todos por igual. Si arranca la fila sentiremos lo mismo pero yo primero, llegar a casa y ventilar las patas. Se expande sin vergüenza una hermosa laguna en el medio de mi camisa, entre el segundo y el cuarto botón. Que birra me voy a tomar cuando llegue, la puta. Por soportar este calor me merezco cenar y no lavar los platos, o cenar de afuera. Una pizza, ponele. Para nadar en el mar tibio de muzzarella, la esponjosidad del morroncito y levantarle la pollera al jamón, que quede en bolas. La aceituna para lo último, cuando ya no se da más pero hay que demostrar poder, cómo los reyes. Comerla con un poco de asco, sin ganas, suspiro de por medio. Reclinándose un poco para atrás en la silla y quedar en esa posición, ver, cómo todas las noches, a la araña tejer la red en el rincón y la puta madre me olvidé de barrer eso de nuevo.

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